La diferencia
no es tanta entre escribir y fotografiar: hay un ojo que ve y una retina que
graba… o una mano que escribe. En la mano y la tecla todo es siempre un poco
más analítico –sujeto y predicado, ya saben– pero la fotografía analiza también
lo suyo, pues todo son contrastes de luz y sombra si se quiere decir algo, que
siempre se quiere: las fotos no se limitan a la simple denotación de “Pepa en
la playa” sino que Pepa tiene que quedar razonablemente bien, sonreír a la
cámara, vamos, establecer una relación con la foto como tal y con el invisible
fotógrafo.
Es decir, una
foto no es simplemente la imagen de un personaje sino más bien la imagen de un
personaje siendo fotografiado. ¿Y qué
pasa con los objetos, me van a decir ustedes, que ni sonríen ante la cámara ni
les importa un pimiento que les saquen en la foto? Casi lo mismo, les diré,
pues los objetos también tienen su corazoncito y no siente Carlos Gardel su
Buenos Aires de la misma manera que un turista llegado al aeropuerto Ministro
Pistarini con la agencia de El Corte Inglés.
Y hagan ustedes
una prueba contra ustedes mismos: fotografíen un objeto anodino como la puerta
del número 27 de su calle; dejen pasar un par de semanas y vuelvan a
fotografiar la misma puerta. Comparen ahora. ¿No observan ciertas sutiles
diferencias, y eso que las fotos están hechas por la misma persona, con el
mismo teléfono y posiblemente a hora muy semejante?
El colmo del
caso es el selfi, en el que fotógrafo y fotografiado se identifican y bifurcan
al mismo tiempo, pues la foto suele ser para los amigos del fotógrafo, Facebook
mediante, para decirles que estaba ahí, que ya le han puesto el sello del lugar
en el pasaporte. Al fondo se vislumbra un monumento que es el here que aparentemente justifica el
selfi, pero casi todo está ocupado por un primer plano invasivo que es el I was, o sea, yo. Tiene usted razón,
señora: a mí no me gustan los selfis. Ni tampoco las agencias de viajes.
Bueno, pero el
caso es que debería llegar adonde iba. Alguien me ha insinuado recientemente
que los cuentos del volumen de El señorNicéforo y otros cuentos circulares podrían ser entendidos como selfis escritos, en los que Pilar y yo nos hacemos la foto en el decorado
de turno. La idea es interesante por lo que tiene de metáfora, pero yo creo que
no es exacta: una cosa es hacerse el selfi y otra muy distinta es estar en la
foto, estar ya ahí anclados en el tiempo, que es lo que nos ha pasado a nosotros al escribir esos cuentos. Un ojo
que ve, eso es lo que somos, con el acierto y la gracia de que
hayamos sido capaces, esa es otra cuestión.
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