lunes, 27 de noviembre de 2017

Chipé kalí (lengua gitana)


En el orden de las cosas está primero el film Django (Etienne Comar, 2017), que fui a ver una tarde gris del invierno o de la primavera pasados. No es una película redonda pero fuerza sí tiene, y la prueba es que despertó en mí las viejas historias familiares del paso de los gitanos por La Aldehuela, donde iban siempre a visitar al abuelo Eugenio. Hasta un príncipe gitano dicen que estuvo una vez en su casa. A saber.
Alcaudete, 1975.
Pero la vida es como las novelas: en este capítulo acompañamos aquí a estos personajes y en el siguiente nos vamos allá con otros, para volver en el tercero otra vez a los de antes. Y así me encontré yo muchos años después en Alcaudete (Jaén), en un trabajo de campo sobre los gitanos que me permitió completar un máster en antropología pero que –por aquello del cambio de capítulos y de guerras– se quedó sin publicar en la tableta de las tesis. Tuve allí dos buenos ayudantes gitanos que me acompañaron incansablemente a hacer entrevistas y me enseñaron el kaló que sabían. Una tarde, ya de vuelta, en una tasca de las afueras, uno de ellos se arrancó por bulerías y ahí pude sentir por primera vez el verdadero huracán que encierra el flamenco.
Corrieron los años y, entre clase y clase, fui escribiendo proyectos, informes, análisis (mayormente de corpus teatrales)… para llegar al final a la libertad de escribir los libros que me gustaría leer y que no había encontrado escritos. Entendámonos, me gustan –por citar solo algunos nombres bien mezclados– casi todos los libros que escribe Éric-Emmanuel Schmitt, los que escriben Arturo Pérez-Reverte, Alice Munro o Santiago Posteguillo, y por supuesto los que ha escrito Umberto Eco. Pero yo tengo que liberarme también de mis propias historias, conseguir compartirlas al menos con los amigos.
Cuando fui a ver Django –sobre el guitarrista gitano Django Reinhardt–, hacía poco que había terminado la novela Tres diálogos de otoño y estaba preparando material para la siguiente, para dos siguientes en realidad. Pero esa película me devolvió al abuelo Eugenio: había que empezar por ahí.
Así escribí La vuelta de los gitanos y, en cuanto le mandé el texto a mi hermana Pilar, comenzó un cruzado epistolario que enseguida quedó plagado de otros cuentos, suyos o míos, pero todos ellos sutilmente enlazados. Alberto, el hijo de Pilar, nos lo ha dicho nada más leerlos: “Son como capítulos de un texto seguido”. Curioso texto colectivo y por entregas: El señor Nicéforo y otros cuentos circulares.

Ricardo Serrano Deza

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