La lluvia cae despacio sobre la tierra seca y Kopa me mira volviendo la cabeza por la derecha.
— Oye, que está lloviendo. A ver si va a venir la tormenta con su cabeza de martillo y la liamos.
— Vamos a aguantar un poco, hombre. Son dos gotas.
— Ya, dos gotas…
Kopa sabe hablar con los ojos y con la cabeza, no solo con los otros caballos sino con los humanos que entienden de miradas.
Yo algo he aprendido en ese tipo de conversación. Porque el ojo además lleva detrás todo el cuerpo, como un imán, y Kopa no necesita mirarme para saber que vamos de círculo o de diagonal. Nuestros movimientos se acoplan bien mientras los míos son claros, pero como dude un ápice de segundo, Kopa empieza a hacerse preguntas, con razón.
— Debe ser lo mismo que la otra vez – se dice.
Siempre paramos ceremonialmente en el mismo sitio.
Kopa me señala la cerca donde suelo dejar el jersey.
— No, hombre. Con este calor, hoy no lo he traído. Está en la cuadra. Venga, vamos.
Los primeros relinchos nos saludan desde los prados cercanos al atravesar de vuelta la quebrada.
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